La Relación



Perdonen el apuro, cuento sólo con unos minutos para encontrarme con alguien pero ¿Qué digo encontrarme? Eso es un poco egoísta y huraño de mi parte, aunque a veces la tranquilidad me  lo exija.
Como pocas veces, este día no fue comenzado  por algún reloj y menos  por la habitualidad  de un horario, sino por cierta angustia de lo que sabe cómo nuevo, cosa  muy extraña que  desde la universidad o el recojo de un nuevo empleo no se acogía en mí.
Me levanto la mayoría de veces tarde, sí, siempre estoy  tarde para comer, reír o cualquier otra buena casualidad que me recuerde el cuerpo.
Ya desprovisto de la comodidad de mi cama, no soy de aquellos que tienen ansias y tratan que el reloj alcance ciertas horas, un poco de paz encubierta en la confianza de que todo marcha para bien es placentero en mi, si un poco de suerte acompaña, basta.
Esta tarde en particular se encuentra fuera de oficinas o aulas separadas por ciclos de alguna facultad.
¿Mi nombre aún no se los digo? Bueno, por el momento no creo que sea ningun inconveniente para hablarles,  más importante para mí en este momento es comentarles que algunas de las  mejores amistades que he encontrado tampoco  saben como referirse a mí, si me vuelven a encontrar alguna vez.
Son aquellas compañías donde los minutos son pocos y las razones que se encuentran sobran a un simple “Disculpe”, donde esta  introducción redescubre nuevos pasajes de nosotros mismos, en  dimensiones oscilantes que sólo caben en piernas cansadas y uno que otro requerimiento del porque se está allí. Estos encuentros esporádicos nos  ofrecen la fina cortesía  de olvidar que lo pasado aún fastidia y por el momento  tal vez ya ni siquiera se evita.
Uno puede ver a su desganado compañero, presuroso por una respuesta que nos conceda un silencio confortable y a veces gratificante, el cual nos permita respondernos sólo con una sonrisa que  salpica el día de gestos amables y por qué no decirlo de palabras tan corrientes como un “Gracias”.

A veces me asalta saber como algunas personas pueden dejar las ideas que mas les atormentan  al salir de  su casa, cama o la sala donde pueden pasar horas pensando si la vida les puede ofrecer una alegria . En mi caso estas no esperán dejarse reposadas  por un tiempo mas bien se agolpan marchando una tras otra, cantando, convenciendo a los  extraños de como pueden hacerse realidad con la escuza que pueden compartirse si pasas un momento a su lado.

Si lo sé, pareciera que hablo mucho  y podría hacer algunos juicios sobre a quién le debería  reprochar  palabras largas y unas manos que tratan de ordenar algo que no se ve pero se intenta ordenar con  algo de  impaciencia.

Pero no quiero sonar distante a los otros pero la vida como a pocos me demostró que a todos se les puede dar algo pero solo a algunos, a esos pocos se les debe dar hasta la propiedad de nuestra razón.
Estas amistades que aguardan cinco minutos de cordialidad, son gratificantes, no porque me permitan hablar de cualquier tema, sino por la alegría  en que se dejan los mismos, habilidad que algunos buenos vecinos y compañeros de trabajo aparentemente no practican muy a menudo conmigo.
Parece que llegué temprano, y me encuentro acomodado tratando de pedir un café, en una mesa para dos que por el momento guarda toda esta platica si la puedo llamar así.
Los amigos se ven algunos días sobre todo los liberados de una oficina pero yo apuesto por los días de trabajo donde la corbata termina desarreglada y con sinceros comentarios sobre unos zapatos nuevos que con elegancia producen un poco de dolor.
Me gusta demorar el día y llegar a mi habitación con algunos hechos ya olvidados, la receta al menos la que yo conozco es tratar de buscar un final distinto cuando nos asalta la noche y tranquilos suponemos que el día al menos por un momento fue mejor.
Cuando la soledad se vacía en semanas, me aproximo a las calles y recojo en mi mirada lugares, un nuevo edificio, un nuevo restaurante, ver como se agolpan viejos parques  al concreto mientras mis pies presionan el suelo sin ningun peculiar apuro.
Nos encontramos en todos cuando nuestras manos se sienten vacías, averiguar con nuestros ojos como nuestras palabras nos engañan e intentan reafirmar nuestra propia concepción, lo que a veces en otros se refleja como  identidad, me gusta observar mis manos verlas cuando siguen a su antojo  de poder sentir, de poder doler.
Pocas veces insisto en la búsqueda de unos ojos que intenten seguir lo que digo, que broten en demasía voluntad y calma para saber que quien les está hablando, recordándoles cómo se va escribiendo en una nueva página que por certeza no podrá ser guardada en un  papel sino en caprichosas voces que se callarán a su antojo.
En este momento quisiera dejar de mencionar un “Yo” y tratar de concebirme más acompañado, un poco más ajeno de mí, simplemente más calmo, aquí mayormente una palabra nos rodea, un "nosotros" suena tan cansino que  al verlo se sonroja, pero más astuto me parece que lo guardemos al silencio y trotemos a los oídos de los otros, los más lejanos, aquellos que sin miedo se presentan y se despiden sin observarnos sin dejarnos declaración sobre  que esconden cuando te miran.
Podríamos perdernos un poco en el tiempo, pero no vayamos al pasado aquel nos dará muchas respuestas y por hoy nos toca movernos con nuestras palabras, vamos a ver si ensayando esta vez lo oscuro se puedo mezclar con lo abstracto, tratando de jugar nuestra indefinición.
Si hay algo único que no pueden esconder las personas es su forma de caminar, como desplazan sus cuerpos, ver como unos amigos se apresuran para divertirse y algunas jóvenes aguardan a algún desventurado  que por  su  demora  les hace mirar a todos  lados para que al verlos puedan volver a sonreír.
Un saludo es capaz de construir la pared más grande y también es capaz de destruirla, si uno no se prepara en responder con cortesía, sobre todo si este se posa en una  mujer.
No me reprocho el dejar a las personas, al dejarme a la sombra de mi propio espacio, ante lo claro de otro cuerpo, mis manos son por el momento, pequeños danzantes de movimientos posibles en un discurso, sobre todo de despedida.
No puedo dejar de comentar lo absurdo y cansado que dejan los ojos a la cotidianidad que se nos acerca a escondidas y  nos da la mano para juntarla con alguien más.
Jamás le pedí un favor a la persona que más quise o deje de ignorar lo que más deseo, pues la felicidad a los alegres de corazón nos hace tanto bien que nos perturba al punto de ya no querer sonreír más sino estamos en soledad,  saber que necesito de otro  no para mi sino para encontrar la libertad de poder dejarme.
Aún, amo todo lo que siento como mío pero no lo quiero alcanzar, saber que no me acorde de ella, hasta que empecé a caminar solo, desde que aprendí a escribir sin amistad, que ahora podía coger sus manos y temblar como si dentro de mi algo escapara, lo genuino, lo “Humano”. Desde ese momento sólo lo humano ahora alcanza me alcanza. 

Bueno, busco intentar dejar de hablarles, no porque no quiera sino quien llega es ella, la cual con el perdón de ustedes, no me dejara por algún tiempo volverles a hablar y no será por falta de confianza sino porque en este momento aquella no viene buscando amistad.
Las sanas costumbres  a su lado no me alcanzan como el simple hecho de saludar y en ella la constancia de darse su lugar tampoco se hace presente muy a menudo.
Siempre observo el tiempo que comparto con ella y se que no comienza cuando ese metro setenta entra en los lugares por donde transito esperado verla, sino en los años que valgan verdades nos negamos de buscar una  pareja antojada a una complicidad que muy a menudo nos acerque y nos tiente a la vez.
Muchas veces nos dejamos, abrumando nuestra propia dolencia, ajustando cada palabra a quien nos acompaña por un rato por tan solo un instante, preguntado el quehacer diario, por un camino, por un intento de callar sin interrumpir nuestra calma, queriendo sólo eso por el momento nuestro  silencio.
Los vacíos y dolores los escondo cuando se levantan y hablando subliman lo que pudo sedarme a la costumbre que lo ajeno justifique ahora un perdón.
Todavía me guardo para alguien, esa que me hace sonreír que me despierta, que más allá de mí me siento tranquilo, querer más de lo propio de alcanzar la paciencia de entregarnos  a la libertad de auto considerar que un gesto es bueno cuando no lo puedes esperar.
Y hablando de eso, los dejo, pues ella ya se empieza acercar... Vengo a decirle que estoy enamorado de unos ojos verdes que aunque suene extraño cuando los veo llorar me muestran que estoy al encuentro de un mundo de  palabras donde ya sin su nombre estoy  empezando a vivir.  (Falta Corregir)
Julián Judecah